El patrimonio cultural es un recurso no renovable, pues una vez perdido, no habrá vuelta atrás. Como todos los objetos, el patrimonio está sujeto a cambios y deterioro en su composición material, ya sea por fenómenos naturales, el paso del tiempo, temperatura, humedad, luminosidad e incluso por otro tipo de intervenciones humanas a través de los años. Por lo tanto, ¿cómo se puede proteger la historia de una comunidad?
Puede que algunos hayan escuchado el término restauración, pero otros ni siquiera han captado el susurro de la primera letra de su nombre, ni mucho menos saber de qué se trata. Así como existen las ciencias para estudiar al ser humano, la naturaleza y las estrellas, también existe la ciencia de la protección al arte y la historia, conocida como Restauración.
Esta disciplina revitaliza, devuelve la autenticidad y prolonga el tiempo de vida de los tesoros del ser humano para asegurar que puedan ser transmitidos a las generaciones futuras como un registro de los orígenes, hitos y leyendas de su hogar y «para que puedan ser un testigo de las épocas» en palabras de Sonia Merizalde, restauradora y magíster en archivística y gestión documental.
En el Ecuador, la carrera de esta disciplina se lo ha denominado como Restauración y Museología en la Universidad Técnica Equinoccial, la única universidad en el país que se ha dedicado a formar restauradores por 35 años hasta cerrar sus puertas en el 2018.
¿Cual es la particularidad de esta curiosa y escondida profesión?
La restauración, más allá de intervenir en la estética de un objeto que ha sido afectado por la antigüedad de los años y otros distintos factores, implica conocer las tres fases distintas pero interconectadas que se despliegan: preservación, conservación y restauración. Cada una de estas etapas representa un tipo de intervención con un objetivo específico.