Es interesante escuchar que los restauradores han cruzado por un largo camino, lleno de sacrificios, para lograr ser reconocidos académicamente como científicos encargados de proteger un legado inmensurable. Sin embargo, esta profesión, fundamental para no dejar que la memoria muera, es invisible ante los ojos de la sociedad. Una vez graduados, los profesionales se enfrentan a numerosos desafíos, especialmente en el campo laboral y el reconocimiento de su trabajo.
Existe la curiosa situación de que las personas afines a otras áreas o profesiones, asocian a los restauradores con algún tipo de cargo en «restaurantes» o sencillamente, no llegan a comprender las funciones que brinda un proceso de restauración.
David Santillán, restaurador y artista visual.
Ana Isabel Villalba, restauradora.
Incluso, debido al desconocimiento de los profesionales pertinentes para cierto tipo de intervenciones, se han suscitado los casos de contratación de personal no capacitado, como arquitectos sin especialización en restauración, que llegan a deteriorar obras patrimoniales.
Edgar Santamaría, restaurador especializado en escultura policromada.
«Nos consideran como buenos artistas, pero no somos artistas. Nos consideran artesanos y tampoco lo somos. Nos hemos formado como profesionales que deben saber mucho de historia y química para saber cómo intervenir las obras», enfatiza la restauradora, María Soledad Montalvo.
A partir de la declaratoria de Quito como Patrimonio Mundial de la Humanidad y el sismo de 1987 que afectó gravemente las estructuras de las iglesias, empezó a surgir el boom de los restauradores que se interesaban en cargar con la responsabilidad de ser el ejemplo de conservar el gran tesoro del país y de la humanidad.
Juan Bermeo, restaurador con Doctorado en Estudios Avanzados en Conservación y Restauración de Patrimonio Histórico Español, comenta que durante esa época dorada, instituciones como el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural y el Fondo de Salvamento (actualmente Instituto Metropolitano de Patrimonio) financiaban los proyectos de restauración de la ciudad y organismos internacionales ofrecían oportunidades de formación a jóvenes ecuatorianos con afán de estudiar en el extranjero.
Sin embargo, años después, la inversión en la cultura ha disminuido considerablemente, limitando las posibilidades de espacios de trabajo para estos científicos. Bermeo cuenta que muchos de sus colegas se han decepcionado de la profesión, no precisamente por la práctica, sino por la falta de apoyo, teniendo que buscar otras alternativas para generar ingresos más estables. «Actualmente, estoy haciendo mi tesis doctoral con la Universidad de Sevilla sobre el arte de la Escuela de Quito. Esto me ha permitido ampliarme en el campo laboral al llamarme para participar en charlas sobre temas como el arte quiteño», indica.
Historias de Éxito
A pesar de los desafíos, ha habido restauradores que han logrado encontrar estabilidad en su profesión. Uno de estos casos es la restauradora, Sonia Merizalde, que ha trabajado en proyectos de conservación durante 34 años y nunca ha tenido dificultades para encontrar trabajo.
Es especialista y magister en Archivística y Gestión Documental, miembro fundador de la Asociación Ecuatoriana de Archiveros, Vicepresidenta de la Red de Archivos y representante de Ecuador en la Comisión de Tráfico Ilícito documental de ALA. A partir del año 1998, hizo los estudios y diagnósticos de la documentación de la Biblioteca del Área Histórica de la Universidad Central de Ecuador (UCE). Definió los requerimientos para implementar el Laboratorio de Conservación para la misma universidad, y participó en el estudio y la creación del laboratorio del taller de conservación de la Cancillería del Ecuador.
De igual forma, Edgar Santamaría relata la historia de su éxito como restaurador. Después de su especialización en escultura policromada en Bruselas, continuó su trabajo en el proyecto ECUABEL, contribuyendo al establecimiento del museo en el convento de Santo Domingo. Posteriormente y trabajó en la Fundación Guayasamín durante siete meses.
Fue entonces cuando Edgar fue llamado por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) para formar parte del equipo de restauración, donde trabajó durante 34 años. Además de sus labores en restauración, se especializó en la lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales y, en los últimos siete años de su carrera, se dedicó a la investigación del patrimonio cultural, a las prácticas a alumnos de la UTE y en el año 2021, se retiró de sus labores.

Otro ejemplo, se resalta la labor del restaurador, David Santillán, un artista visual y especialista en museos y patrimonio. Cuenta con una licenciatura en Restauración y Museología en la Universidad Tecnológica Equinoccial. Se ha destacado en exposiciones individuales en Ambato, Guayaquil, en el Museo Alberto Mena y Caamaño, Centro Histórico de Quito y en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). También ha sido reconocido en sus muestras colectivas tanto a nivel nacional como internacional, siendo esos países Ecuador, Bolivia, México y Chile.
Actualmente, reside en Quito, dirigiendo su propio taller, donde realiza obras de arte, restauraciones y proyectos museográficos.
¿Restauradores en extinción?
El futuro de los restauradores parece que está condenado a enterrarse. Al no recibir reconocimiento y apoyo en su labor, los mismos profesionales se han visto obligados a abandonar el ejercicio de su profesión, viendo sus esperanzas decaer. A pesar de haber sido frecuentemente solicitados en tiempos atrás, la atención en su importancia ha ido menguando. «Pienso que cuando venga otro terremoto, va a haber un nuevo boom de restauradores», destaca Santillán.
La falta de inversión en la cultura y el patrimonio son parte de los motivos para alejarse paulatinamente de una vocación que, al principio, les prometía una vida rebosante de orgullo al tener bajo su encargo la más grande de las responsabilidades, pero al final, las circunstancias terminaron siendo muy diferentes a lo que muchos habían estado esperando.
Para el restaurador, Juan Bermeo, el Instituto Metropolitano de Patrimonio continuará realizando intervenciones, al menos esa es la esperanza. Esto significa que los restauradores actuales seguirán participando en los proyectos, sin embargo, el riesgo se presenta cuando ya no hay una herencia que transmitir a una nueva generación.
Además, de la escasez de contratos y proyectos, ya no existen instituciones que contribuyan a que nuevos restauradores continúen con la misión de salvaguardar el patrimonio de la ciudad después de que la Universidad Tecnológica Equinoccial cerró sus puertas como único lugar donde se formaban profesionales capacitados ya que, otro factor importante, la población en general no conoce de la profesión ni comprende la importancia de la protección de la historia. Por lo tanto, no existe una imagen ideal que inspire a un estudiante graduado del colegio para anunciar: «Quiero ser restaurador«.